Desde hace varios días desayunamos con la crónica y las imágenes de los violentos disturbios en Atenas, provocados como consecuencia de la muerte del joven Alexander Grigoropulos. Al parecer, el joven murió de un disparo efectuado por un policía, aunque todavía no esta muy claro si de forma accidental o intencionadamente, algo que tendrá que esclarecer la investigación en curso. Lo que si parece más claro, al menos según la versión dada por las autoridades, es que el joven se encontraba entre un grupo de encapuchados, que trataba de agredir con cócteles molotov al vehículo de la policía desde donde se efectuó el disparo. En cualquier caso, de lo que no cabe duda es que es lamentable que se haya producido esta muerte y que la justicia griega deberá esclarecer los hechos, establecer las correspondientes responsabilidades y, en su caso, aplicar la ley a quien corresponda.
A partir de ahí y de las comprensibles manifestaciones para pedir que se esclarezcan los hechos, estamos asistiendo a una escalada de violencia sin ningún tipo de justificación. Una escalada de violencia alentada, según se informa, por grupos anti-sistema y cuyas consecuencias a día de hoy son casi 500 comercios destruidos y/o saqueados, numeroso mobiliario urbano destrozado, decenas de heridos y más de 200 millones de Euros en pérdidas, sólamente en Atenas.
A partir de ahí y de las comprensibles manifestaciones para pedir que se esclarezcan los hechos, estamos asistiendo a una escalada de violencia sin ningún tipo de justificación. Una escalada de violencia alentada, según se informa, por grupos anti-sistema y cuyas consecuencias a día de hoy son casi 500 comercios destruidos y/o saqueados, numeroso mobiliario urbano destrozado, decenas de heridos y más de 200 millones de Euros en pérdidas, sólamente en Atenas.