28 de abril de 2011

SIN ATISBO DE ACRITUD

Abrí el ordenador a media mañana y allí en letras mayúsculas, pero que muy mayúsculas, la página del periódico me traía la buena nueva.

Sentí una enorme alegría y creo que es la primera vez que experimento esa satisfacción ante la aseveración de que alguien a quien no conozco vaya a ir desapareciendo paulatinamente del panorama nacional. Han sido tantos ya los que han ido entrando y saliendo por las puertas más o menos anchas de la Política que, últimamente, procuro no prestarles demasiada atención en lo personal, y sólo cuando algún caso me sorprende por la rectitud, el buen hacer o la competencia que manifiesta, lo celebro serena pero elocuentemente, por lo que tiene de fuera de lo común.

Entonces ¿por qué sentía ese regocijo interior en este instante? Era como si de repente me fueran a quitar la china del zapato y pudiera volver a caminar sin dolor.  Aun sabiendo que otras piedrecillas se pudieran meter entre mis dedos al proseguir el camino, y que algunas continuaran fastidiándome con sus chapucerías , sus corruptelas o su poca vergüenza,  por el momento ésta parecía a punto de salir para no volver a entrar.

Debe ser muy triste saber que la mayor parte de los que no te están tirando de la levita desean no volver a verte más, deber ser duro escuchar-si es que lo escuchas- que gracias a ti la gente es más pobre, tiene terror al mañana y a miles de cientos de los que te votaron y de los que no lo hicieron, apenas les queda para comprar el pan. Debe ser espantoso levantarse cada mañana sabiendo que no eres capaz de mejorar nada y al propio tiempo tampoco eres capaz de marcharte y dejar a este bendito pueblo en paz.

Debe ser ciertamente difícil, aunque, como Dios es muy grande, estoy convencida de que nadie se cree protagonista de esta película que acabo de contar. Por ello esta es sencillamente una reflexión que hago para mi misma en una hermosa mañana de sábado en el que un periódico me ha dado -¡por fin!-una hermosa noticia que celebrar.

Por Lena Etiel