27 de febrero de 2007

¿UNA VISION PESIMISTA?






Me decía hoy un amigo que visitaba este blog, que suscribía en parte lo que en él se dice, pero que le parecía una visión un tanto pesimista y que hay políticos que merecen la pena.

Tienes razón, Martín; es cierto que hay políticos que merecen la pena… ya lo decía al principio, cuando hablaba de las excepciones y que éstas eran de todos los colores. Y por descontado no todos aquellos los que ostentan algún tipo de poder –de verdadero poder-, son banqueros usureros, empresarios sin escrúpulos o gentuza en general. Lo que ocurre es que o bien abundan los indignos, o bien llegan más alto en el escalafón de la política o bien se hacen notar mucho más. Y esto tiene una cierta explicación lógica.

El político o gobernante indigno, en su concepción más amplia, es un personaje de valores camaleónicos; los puede alterar, modificar o hacer desaparecer a voluntad, según sean las condiciones imperantes del entorno. Esto le confiere unas excepcionales facultades de adaptación al medio circundante, que generalmente constituye una ventaja competitiva frente a quienes prefieren mantener intacta su dignidad, su honestidad y su conciencia.

De esta forma, en un anómalo proceso de evolución –o quizás lógico, que la discusión podría ser amplia y tener diferentes enfoques-, quienes terminan por prosperar en el hostil entorno de la política, suelen ser quienes mejor han adaptado su morfología interna a las circunstancias que les rodean, o quienes más veces mudan la piel, por seguir con otro símil cercano al mundo animal, en concreto el de los reptiles, con quienes por lo demás comparten algunas otras similitudes.

Al final, quienes llegan a la cúspide del poder político y social, no son mayoritariamente los de mejores y más arraigados valores éticos, morales o humanos, sino aquellos que mejor han sabido desenvolverse en ese ambiente cambiante y hostil.

Además, a lo largo del proceso y en función de la cantidad y calidad de materiales que hubiera en el punto de partida, las diferentes circunstancias y los avatares de esa carrera política, habrán ido mermando y reduciendo los aspectos más nobles del ser humano –amor, cariño, comprensión, tolerancia, respeto, honorabilidad, generosidad, entrega, etc. -, mientras que por el contrario las partes más oscuras de nuestros cerebros reptilianos se habrán desarrollado notablemente: egocentrismo, egolatría, codicia, insensibilidad, desprecio, intolerancia, codicia, inmoralidad, agresividad… la lista es larga, pues es producto de un intenso entrenamiento y es favorecido por los procesos que tienen lugar.

Si nos detenemos a observar, veremos como una parte de nuestros políticos y gobernantes son personas dotadas de un cierto nivel cultural y de un cierto nivel de estudios en el mejor de los casos, pero salvo contadas excepciones, rara vez suelen ser personas realmente brillantes. No, las personas brillantes, quienes de verdad creen en sus propias capacidades, quienes no necesitan tener poder, riqueza o una determinada posición social para sentirse plenamente realizados y ser felices en la vida, rara vez aguantan la presión que el entorno político o los círculos de poder causan sobre sus ideales, sus principios y sus ganas de vivir en paz con el mundo y con su propia conciencia. Normalmente terminan por dejar la política a un lado, para dedicarse a prosperar –ojo con el significado que damos a este término, pues este tipo de personas suele tener un sistema de valores radicalmente opuesto al de los indignos- y a buscar su felicidad; muchas veces a través de la felicidad de los demás.

En algún momento trataré de desarrollar en mayor profundidad esta “Teoría del Indigno”, pero creo que con los apuntes esbozados tenemos suficiente para hacernos una idea de lo que quiero decir. Es triste, pero normalmente las personas de mayor valía están alejadas de los círculos de poder, mientras que por el contrario, quienes lo ostentan suelen ser personas escasamente brillantes, mediocres y con frecuencia de baja catadura moral.

Y teniendo en cuenta que son ellas quienes nos gobiernan, quienes dictan las leyes, quienes juzgan a sus semejantes y quienes, en definitiva, tienen en sus manos el futuro de nuestra sociedad, es fácil pensar que nuestras vidas y las de nuestros hijos no siempre se encuentran, precisamente, en las mejores manos.

Podría poner cientos o miles de ejemplos referentes a algunas de las iniquidades que cometen los gobernantes del mundo, pero la lista sería interminable y es sobradamente conocida, si es que queremos conocerla. Guerras absurdas e innecesarias –la mayoría lo son-; hambre y pobreza; medicamentos, energías y combustibles que no ven la luz hasta que las condiciones son las óptimas para conseguir la mayor rentabilidad; alimentos destruidos para no desestabilizar la balanza de precios… Por desgracia, si nos paramos a contemplarlo, el panorama es desolador. Lo que ocurre, es que nos cuesta mirarnos en el espejo; tanto a nosotros mismos, como al mundo en que habitamos.

Por descontado, entre toda esa miseria inherente al ser humano, se dan momentos brillantes, de extrema lucidez, en donde a veces pueden contemplarse las mayores obras de amor, cariño, generosidad y entrega hacia los demás. De hecho, si no existiera lo negativo, no podría existir lo positivo. El Ying y el Yang. Es un equilibrio precario, que necesita de contrapesos. Las religiones, algunas religiones, lo han sido hasta ahora, pero a medida que el fervor religioso abandona al hombre, la balanza ha empezado a inclinarse peligrosamente hacia el lado negativo. Hacen falta nuevos contrapesos y en ausencia de la fe, el único y verdadero contrapeso es el hombre, el ser humano en su más profundo sentido, que realmente no esta conformado si no por todos aquellos valores promulgados por la mayoría de las grandes religiones, que ahora, en un estado más avanzado de evolución, el hombre debería ser capaz de encontrar en su propio interior.

Quizás sea ese el verdadero significado de “Dios esta en todas partes”.

Ahora si he sonreído.

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