15 de octubre de 2010

ABUCHEOS EN EL 12/O: NOS PIERDEN LAS FORMAS

"Como en las deudas, no cabe con las culpas otra honradez que pagarlas". Jacinto Benavente.

Me sorprende que alguien diga que los abucheos a Zapatero durante las celebraciones del pasado 12 de octubre, estaban fuera de lugar. Sin duda, se deberían haber evitado durante el himno a los caídos, pero al margen de ello, lo ocurrido no sólo fue muestra de un grandísimo civismo, sino de nuestra más inveterada mansedumbre. Lo que realmente piden -casi exigen- las circunstancias, es sacar a patadas de La Moncloa a nuestro indigno presidente. Lo que pasa es que, a los españoles, nos pierden las formas.

Por descontado, en condiciones normales, no se debería abuchear a nadie en un acto público; suelen existir otros cauces para expresar nuestra disconformidad con las personas allí presentes. Además, la educación y las formas, siempre importantes, hay que procurar mantenerlas en todo momento, especialmente cuando se trata de actos oficiales o públicos y, en general, en todas aquellas situaciones o acontecimientos de cierta trascendencia.

Con todo, bajo determinadas circunstancias, lo incorrecto puede llegar a adquirir un cierto grado de compostura, o incluso llegar a ser algo razonable y hasta absolutamente pertinente, pues lo que llamaría la atención sería precisamente no hacerlo.

En el fondo, de lo que estamos hablando es de naturalidad y comportamientos espontáneos, que es lo que normalmente establece la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo pertinente y lo impertinente. De esta forma, cuando el abucheado carece de valores, no se equivoca de buena fe, miente reiteradamente, legisla, decreta y actúa movido por intereses meramente partidistas, parciales, desde el más absoluto egoísmo y con total irresponsabilidad, los abucheos -incluso bajo cualquier circunstancia que propicie la oportunidad-, no sólo son lógicos, sino que además son pertinentes y hasta obligados. Lo impropio hubiera sido lo contrario.

Es más: teniendo en cuenta la situación en la que nos encontramos, los antecedentes y la gravedad de los hechos, si fuéramos una sociedad civilizada y madura, a este señor se le demandaría por la vía civil o incluso por la vía penal, para sentarle en un banquillo y tener así la oportunidad de juzgar los delitos presuntamente perpetrados durante el desempeño de su cargo... que en principio podrían ser abundantes y variados, pues de lo que no cabe ninguna duda, es de que sus decisiones equivocadas –independientemente de su intencionalidad y premeditación, la cuál quedaría pendiente de esclarecer- están causando un gravísimo perjuicio a millones de personas y un terrible coste para nuestro estado. El alcance y el daño es de tal magnitud, que incluso cabría la posibilidad añadir el cargo de traición, pues difícilmente un traidor confeso habría sido capaz de desempeñar con mayor eficacia su cometido.

Como escribía hace poco y con gran acierto un buen amigo historiador, "Zapatero quedará mal en los libros de historia" -tremendamente mal, añado yo-. Su oscuro y triste legado perseguirá a su apellido a través de los tiempos, a modo de abucheo permanente y eterno… Un adobo más para los disfraces de su tenebrosa progenie que, ahora si, vestirá enteramente de negro riguroso.

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