4 de junio de 2011

TREINTA AÑOS DESPUÉS

Quizá me falle la memoria pero creo que aquella era una tarde de febrero más,  destemplada, sin  sol y sin lluvia. Una de esas tardes anodinas para la mayoría de nuestras gentes en la que cada uno se aplicaba a la tarea cotidiana sin mayor preocupación. 

Después de recoger a los niños del colegio y cumplido el rito de preparar meriendas, recoger abrigos, carteras y cacharrería varia, me senté delante del ordenador y la emprendí con la traducción enrevesada de los "Erzählungen" de Heinrich Böll. El ronroneo de la radio hacía más difícil la concentración y a  punto estuve de apagarla, pero solo bajé el tono. De pronto comencé a escuchar voces disonantes, ruidos extraños y como que a alguien se le hubiera escurrido el micrófono de entre los dedos produciendo uno de esos ruidos absurdos, malsonantes y estridentes que emiten casi todos los aparatos eléctricos cuando funcionan mal. Dejé a un lado el diccionario y giré la ruedecilla del transistor intentando, sin éxito, depurar el sonido. Parecía como si miles de grillos hubieran hecho morada en él interior del "sony" por lo que fui a la cocina en busca de pilas nuevas, pero con la sustitución solo conseguí ampliar el hormigueo y poco más. A punto de apagarlo escuché una voz destemplada y gritona que decía: "Todos al suelo" e, inconscientemente pulsé la tecla de borrar.

A las seis menos cuarto había accedido al Hemiciclo el Señor Presidente del Gobierno en funciones -quizá a ustedes les parezca absurdo, pero tratar con el respeto debido a quienes ostentan el Poder ya sea legislativo, ejecutivo o judicial contribuye a colocar los piezas en la casilla adecuada, a recordarles la importancia de todos y cada uno de los movimientos que ejecutan y la repercusión ejemplarizante que las actuaciones de las figuras tiene, tanto en positivo como en negativo, en los movimientos posteriores de los ciudadanos, peones al fin y al cabo del Ajedrez Nacional. Con tanto compadreo; con tanto apear el tratamiento no ganamos es igualdad perdemos los modales y lo que es peor, la justa medida-. Decía que el Sr. Presidente había acudido temprano. Tras él habían ido llegando sus Señorías, las Señoras Taquígrafas, Los miembros de la Prensa y los invitados. Hasta aquel momento todo había ido desarrollándose con normalidad.

Mi hija, que jugaba en la otra habitación donde estaba encendido el televisor, me había venido a contar que "estaban pasando lista como en el cole", la diferencia es que aquello no era el "cole" y que al llegar a la letra "N" el nombre del Señor. Diputado Don. Manuel Núñez Encabo se perdió entre el ruido de los disparos para tomar carta de naturaleza en la Historia de España, y el pánico se apoderó de todo un pueblo en cuestión de segundos.

A partir de ese momento, y hasta las cuatro de la madrugada, la angustia fue la protagonista. Los teléfonos se bloquearon. Las ciudades parecían antorchas. Nadie dormía. Recordé las palabras de mi padre tantas veces repetidas...¡Si al menos la guerra hubiera servido para enseñarnos lo que no se debió empezar jamás!

¿Había servido de algo, volveríamos a repetir aquél horror? Un sudor frío me helaba el alma. Todo eran rumores, noticias a medias. Dentro, los hombres y mujeres secuestrados a punta de pistola nada sabían de sus seres queridos. Fuera temíamos por sus vidas más que por las nuestras.  

Aquella tarde-noche en que vivimos peligrosamente es la última vez que he tenido miedo físico, creo que muchos de nosotros todavía jóvenes, alcanzamos en doce horas, desgarradamente y sin proponérnoslo, la madurez.

Han pasado tantos años y sin embargo parece que aún no todos los suficientes para que conozcamos el auténtico engranaje, la verdad desnuda de aquél 23-F. Esa verdad que, según lenguas viperinas, no se sabrá jamás.

 Debería saberse porque no hay nada que haga más daño que una verdad a medias, pero doctores tiene la Iglesia. Lo que sí parece imperdonable es que, según hemos leído recientemente, muchos de nuestros chicos y chicas de entre trece años y quince años ignoran lo que ocurrió aquel día, o sólo tienen una somera idea de lo que pudo ser y afortunadamente no fue. Apenas tienen referencia histórica del hecho lo que, dado los malos vientos que corren, puede ser desolador. Nadie les ha hecho saber que aquellos esquizofrénicos protagonistas al mando de un puñado de soldados, que en  su mayoría ignoraban el alcance de la misión encomendada,  intentaron volver a prender la mecha del odio, del rencor y del miedo cuando, por fin, con una generosidad y renuncia encomiables, habíamos descubierto entre todos el camino de la paz.

Desconozco si hay alguna causa especial por la que nuestros jóvenes no conocen este hecho más que de pasada, pero se debería corregir este error. Todos estamos convencidos de que si algo bueno tuvo aquel espanto fue que sirvió de escarmiento para que a nadie se le vuelva a ocurrir la malévola idea,  por tanto, sería bueno recordárselo de vez en cuando a quienes en unos pocos años serán responsables de este torpe mundo que les vamos a dejar.

Hablaba, al principio, de la bondad de conservar el respeto debido a quienes ostentan el poder -cualquier poder- .Así, antes del 23-f de 1981, jamás me habría permitido  llamar por su nombre en público a un General del Ejercito español. Por ello, el haber guardado hasta entonces la consideración debida, me autorizó después -y para siempre- a apearles no solo el tratamiento sino el respeto por su innoble acción, levantando un muro infranqueable entre ellos y quienes ejercen su tarea con dignidad.  Parece que en vez de sembrar odios, uno de ellos después de la tropelía, se dedicó a plantar flores, camelias para ser más exactos. No saben lo que lo siento porque era una de mis flores preferidas y desde que lo supe pedí a los míos  que  no me enviaran camelias ..... al menos durante otros treinta años más.

Por Lena Etiel

No hay comentarios: