
Así, estos mandatarios se muestran propicios a realizar, generalmente a petición propia, una recordación de las palabras, obras y pensamientos relacionadas con sus obligaciones.-que eso y no otra cosa es el examen de conciencia-. Manifiestan dolor ante la ineficacia de sus propuestas; confiesan privadamente, sabiendo que antes o después se publicará en páginas centrales, cuales han sido sus equivocaciones que en gran medida, según afirman, tienen origen en la inadecuada actuación de su antecesor en el cargo, a exigencias de la disciplina de partido, o a que la coyuntura así lo demandaba, y proclaman la firme decisión de enmendar los yerros cometidos hasta donde sea posible, adoptando las oportunas medidas correctoras tendentes a paliar los resultados negativos de su gestión. De ese modo el pueblo, que nunca se equivoca, volverá a recuperar la ilusión y la confianza que depositó en ellos, les dará la absolución. ¡Y aquí paz y después gloria!
A mí, que quieren que les diga, solo se me ocurre de nuevo ese latiguillo de..."amaños, apaños, daños" porque el pueblo, o sea ustedes y yo, y además ellos, estamos hartos de escuchar los mismos cuentos de Calleja y sabemos, o deberíamos saber, que la mayoría de estos individuos que acaparan sin mayor merecimiento la tercera de muchos de nuestros periódicos, o forman parte de los "artistas invitados" de los programas estrella de radio y televisión, desaparecerán sin pena ni gloria en cuanto su partido les niegue el apoyo o, en otro caso, acudirán al cabo de un tiempo a otro medio de comunicación, o al mismo, a confesarse de nuevo para que el pueblo les dé el palo o el perdón, digamos que bimensual, porque el temporal no podrían alcanzarlo ni con la gracia del Sacramento.
Dicho esto, sin la menor acritud, quiero detenerme en una frase que a casi todos ellos no se les cae de la boca: "sabemos que la medida no es popular pero...". Quienes así se expresan suelen referirse a que, en momentos difíciles, los que ostentan el poder o ejercen la autoridad deben adoptar resoluciones que no son del gusto de muchos, aunque les sean convenientes y, por tanto perjudican -hablando en plata, restan votos- a quienes las materializan. No debemos olvidar que el que gobierna en democracia, si lo hace correctamente, acarreará desilusión en parte de los administrados que no confiaron en ellos y hasta en parte de los que le votaron, puesto que "nunca llueve a gusto de todos" y la esperanza vana siempre supera a la realidad. No hay que menospreciar , además, que ya hemos pasado el sarampión de la democracia y a mayor experiencia de nuestro pueblo menor concesión de votos "románticos" al partido al que apoyan, sobre todo si está en el poder. Pero, de ahí a afirmar que una medida no es popular media un abismo. Lo popular implica procedencia del pueblo o pertenencia al mismo, alcanza a lo que es propio de las clases sociales menos favorecidas, a la prestación de servicios, a la ayuda a los menos dotados económica o culturalmente y se entiende como lo que es estimado o al menos conocido por el público en general. De lo que se infiere que si una medida no es popular será debido a que no proporciona el servicio debido, daña a los más débiles, no se ha explicado debidamente, o el pueblo no la acepta como suya.
Por todo ello sería mejor decir que si una medida, la que sea, a pesar de ser popular por cuanto que reúne los requisitos convenientes para ello no es reconocida como tal por la mayoría, de lo que carece no es de eficacia o de popularidad sino que no es rentable políticamente y ahí les duele.
Hablemos con propiedad de una vez por todas, y sobre todo en estos pueblos nuestros. Intoxicar a la opinión pública para conseguir más o menos votos es, a más de una falta de responsabilidad, una desfachatez. Dar noticias a medias para auspiciar hundimientos personales por el "calumnia que algo queda" no es de bien nacidos; comenzar campañas electorales fuera de tiempo y de tono solo contribuye al desprestigio injustificado de cuantos nos dedicamos a la actividad política; recoger opiniones de aquí y de allá sin contrastar para airearlas en prensa y dañar al contrario, solo genera malestar y desánimo; amagar y no dar es de cobardes; presumir de interés por los problemas cuando estos atañen a un significativo número de ciudadanos, léase suma considerable de votos, y descuidar los que surgen en pequeños núcleos o a quienes no comulgan con nuestras ideas, es tan solo una forma de corrupción, aunque sea de tono menor.
Al igual que todos nosotros luchamos día a día por proporcionar a nuestras familias lo mejor, procuremos también sanear el primer peldaño de la Administración, el más cercano, el más nuestro: El Ayuntamiento. Arrimemos todos el hombro en este empeño. Si hay que adoptar medidas que beneficien al pueblo, o sea populares, hagámoslo sin temor de perder algún que otro voto. Y si hay que prescindir de entre nuestras filas de elementos corruptos e indeseables, hágase y explíquese debidamente.
Lo único que realmente debe asustarnos es, en primer lugar la ineptitud de algunos de los que nos administran - no olvidemos que una decisión política inadecuada en el ámbito nacional, regional o local nos cuesta muchos más millones que todos los que nos han afanado los mangantes de turno juntos-. Y en segundo, que sigan proliferando las hienas que abusaron de nuestra confianza, ésas que están tostando al sol los capazos de duros que nos han birlado mientras se ríen a carcajada limpia de la incertidumbre, el desasosiego y la ruina en que nos han sumido, gratamente sorprendidos de que, en lugar de unirnos para cazarles sin piedad, sigamos despedazándonos entre nosotros y preocupándonos, por intereses poco santos, de si una medida es o no “poco” popular.
Por Lena Etiel
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