7 de diciembre de 2010

PAYASOS

 
"Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros". Groucho Marx

 
Hacer reír a las personas es una de las más nobles, respetables, antiguas y reconfortantes habilidades que alguien puede poseer. Una capacidad admirable, con frecuencia no exenta de verdadero arte y en donde el talento siempre es necesario, pues en su ausencia no resulta nada fácil desatar la risa y generar el fervoroso aplauso que rubrica las mejores actuaciones.
 
Pero como todo en la vida y más tratándose de payasadas, el momento y el lugar son las claves que definen la idoneidad de las actuaciones jocosas, de forma que la frontera entre lo propio y lo impropio, lo adecuado y lo inadecuado, lo pertinente y lo impertinente, lo decoroso y lo indecoroso, o sencillamente, entre la broma, la gracia y el arte, frente a la patochada, la gracieta o el despropósito, se limita con frecuencia a una sencilla cuestión de coordenadas: las de tiempo y espacio.
 
Efectivamente, para ser un buen cómico, al igual que para destacar en cualquier ámbito de la vida, hace falta tener inteligencia y manejar con destreza el arte de la prudencia, esa virtud elemental que tan magníficamente describió Baltasar Gracián a través de su prosa didáctica. Así, cuando un payaso se comporta de manera imprudente y muy especialmente cuando combina su desatino, con poco o ningún arte, una inteligencia igualmente escasa y la más absoluta irresponsabilidad, en realidad nos encontramos frente a un perfecto cantamañanas. Es entonces cuando las actuaciones se realizan absolutamente fuera de contexto: sus gracias dejan de serlo, para convertirse en desgracias y su aspecto grotesco deja de ser un disfraz hilarante, para convertirse en un insulto a nuestra inteligencia, al sentido común, a la razón, a los valores más esenciales, e incluso a la propia vida.
 
Por desgracia, en este circo permanente de 17 pistas en que se ha convertido España, abundan los patosos y los cantamañanas. Así, hay quien todavía lleva los pantalones hipertrofiados –de esos que vienen grandes-, los zapatones puestos y la ceja exagerada, sin darse cuenta de que las luces del escenario llevan años apagadas y que hace ya mucho tiempo que sus bufonadas, carnavaladas y chirigotas dejaron de hacer gracia. Hay, también, quien se fuma un enorme puro entre frase chocarrera y frase chocarrera, mientras todo a su alrededor se descompone en una amalgama de despropósitos, a modo de camarote surrealista en el que todo tiene cabida. En realidad, lo que hay en nuestro remedo de estado, es una verdadera trouppe de payasos y chungones actuando fuera de los escenarios y a destiempo. Bufones llenos de cascabeles, oropeles y bolsillos sobredimensionados, que ya hace tiempo que dejaron de hacer gracia -nunca la tuvieron- y por cuyas patochadas todos estamos pagando un altísimo precio.

Aún con todo ello, en este estado-circo en donde Carmen de Mairena -magnífico ejemplo de payaso actuando fuera de contexto- se presenta a unas elecciones autonómicas y obtiene casi 7.000 votos; en donde Laporta –magnífico ejemplo de personaje fuera de contexto, actuando como un payaso- supera los 100.000 votos y obtiene cuatro escaños en un parlamento autonómico; en el que los vídeos de campaña de unos y otros han sido auténticos esperpentos; o en el que se vislumbra la posibilidad de que Belén Esteban se presente como candidata en las próximas elecciones generales -y si no al tiempo-, al final no sólo los políticos son culpables, sino que la responsabilidad abarca a toda la sociedad en su conjunto. Todos y cada uno de nosotros somos culpables.

Una responsabilidad compartida por toda una sociedad mayoritariamente aborregada, ramplona y sin principios, que ha renunciado desde hace tiempo a manifestar su descontento más allá de las urnas... y ni tan siquiera entonces parece hacerlo con algo de sentido común. Una sociedad marchita, acunada por la costumbre y dormida a base de hastío, en mitad de una noche de payasadas sin final.

Y es que para tener unos políticos a la altura de las circunstancias y a los payasos limitados a los verdaderos profesionales de la risa y en los escenarios adecuados, hace falta recuperar unos valores que nunca deberíamos haber perdido como sociedad... dar patadas a la vida, a lo que verdaderamente importa en ella, tiene un alto precio. Hacer el payaso fuera de contexto, o de los escenarios, también.
 
Existe una responsabilidad que no ejercemos adecuadamente. Por eso también tenemos lo que nos merecemos y lo que nosotros mismos hemos terminado por aceptar mansamente, a cambio de que sean otros los que asuman responsabilidades en nuestra sociedad. Al fin y al cabo, es más fácil vivir despreocupadamente y seguir inmersos en el papel de espectadores, que tener que asumir que cada uno de nosotros somos protagonistas de nuestra propia existencia y que desde que nacemos formamos parte inseparable del escenario en el que se desarrolla la vida. Lamentablemente, es más fácil pensar que la vida es un circo, al que acudimos como espectadores para ver actuar a majorettes, funámbulos, equilibristas, saltimbanquis, contorsionistas, magos, domadores… y payasos.

¿O al final va a ser que no?... Desde luego, yo hace tiempo que dejé de reírme.


2 comentarios:

Atreides dijo...

Muy acertada descripción del panorama político español. Ciertamente, es responsabilidad de vtodos poner cordura en esto, pero si falla la mayoría y vota a payasos, la deriva que toma el país es la que tenemos. Luego no vale quejarse de la situación en la que nos han metido esos votantes como los 11 millones que revalidaron a ZP o los 100.000 que auparon a Laporta y tres payasos más a diputados autonómicos, mientras que se quedan en precario las fuerzas serias para dar estabilidad al país.

Humanitum Iratus dijo...

Muchas gracias por tu comentario, Atreides.

Lo que subyace en todo este oscuro panorama es ni más ni menos que la destrucción a la que se lleva sometiendo a la sociedad española en los últimos años: destrucción de la cultura, destrucción de nuestra identidad, destrucción de la unidad, destrucción de la religión, destrucción de la familia... destrucción, sobre todo, de los valores esenciales, imprescindibles en cualquier sociedad.

Al final, se obtienen individuos, antes que personas. Individuos alienados, con escasa o nula inteligencia, exentos de espíritu crítico y manipulados por unos medios de comunicación mayoritariamente en manos del poder establecido. En ese escenario, la capacidad para discernir lo que es serio de lo que no lo es, queda anulada.

Sólo así se explica que los ciudadanos sean capaces de votar contra sus propios intereses y a quien defiende cualquier cosa menos los intereses de la mayoría desde el rigor, la capacidad y la seriedad.

Particularmente, soy uno de los que lamentaron los resultados de Ciudadanos en Cataluña, porque independientemente de que sea o no simpatizante de esa formación, es innegable que es una opción seria y jamás merecería haber quedado por debajo de una patochada política como la de Laporta.

Saludos y bienvenido por aquí.