27 de junio de 2011

PAGAN JUSTOS POR PECADORES

Nunca hasta ahora había sido tan verdad el popular estribillo de nuestro repertorio zarzuelero; "hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad", lo cual no tendría nada de lamentable si ese avance hubiera sido cuando menos tan evidente en lo que al ser humano se refiere. Desgraciadamente no ha ocurrido así y se van sucediendo una serie de alteraciones del resultado que, de haber tenido lugar en cualquiera de esos sofisticados aparatos, maravillas de la técnica, podrían corregirse elaborando programas alternativos, readaptando los circuitos, cambiando los chips revisando el módem o detectando el virus causante del desastre, pero resultan de muy difícil tratamiento cuando atañen a la más compleja criatura de la naturaleza; el hombre. Aún no tenemos la suficiente perspectiva para analizar las causas que han sido origen de la convulsión que hemos sufrido, desde que unos profesionales de la Prensa destaparan la caja de los truenos. Por el momento asistimos apesadumbrados, irritados y hasta enfurecidos a un espectáculo pagado por nosotros sin desearlo y explotado por unos cuantos perversos protagonistas para su indecente lucro e ilícita satisfacción. 

Llegados a este punto de errores y horrores en los comportamientos, las reacciones, aún siendo en su totalidad de rechazo, se manifiestan de muy distintas maneras. En los ámbitos políticos se venía observando desde hacía varios meses un sospechoso afán por demostrar que todos sus representantes eran no solo honrados sino además estoicos. Así no era extraño que se ofrecieran voluntarios para sacar a la luz pública sus bienes o "males", Declaración de la Renta incluida. En otras ocasiones se proponían rebajas o drásticas congelaciones de retribuciones sine die para cualquier cargo público porque había que dar ejemplo de austeridad y solidaridad. A mí, que quieren que les diga, las dos medidas a más de darme un tufillo de poca transparencia, me parecían torpes y carentes de sentido, puesto que nunca he considerado conveniente comenzar la casa por el tejado ni que paguen justos por pecadores. Nada hay más perverso ni de peor rentabilidad económica que dudar de la honorabilidad de un buen trabajador sin motivo, o recortar sus haberes cuando su eficiencia y capacidad no lo demandan. En situaciones de crisis, sobre todo cuando se están acometiendo desde muy distintos  frentes proyectos faraónicos; cuando se es consciente de que el agujero del fraude fiscal es importante; cuando el amiguismo, los gastos de representación, las prebendas, los contratos a dedo, las subvenciones tripartitas y descontroladas son palmarios, o los presupuestos se inflan sin medida: en fin, cuando el despilfarro es el pan cotidiano de nuestra Administración, la solución de no actualizar los salarios de los cargos públicos o de exigirles que saquen todos los papeles a la luz, se me antoja demagógica, insuficiente cuando no ridícula, en algunos casos hasta injusta y desde luego engañosa para nuestros ciudadanos. Si hay que repartir los bienes escasos hágase a conciencia y no con actuaciones de cara a la galería. Menos Comisiones de Investigación a toro pasado cuando ya nos han desplumado y más leyes que impidan que sucesos tan deleznables puedan volver a producirse.

A mayor abundamiento en los últimos tiempos, después de que en los llamados programas del corazón y previo suculento pago fueran desfilando sin el menor rubor los diferentes mangantes que en España han sido, parece ser que han cambiado las características del candidato ideal para ocupar un puesto de responsabilidad en la Administración. A partir de ahora para ser ministrable la preparación intelectual ya no es lo más importante, o al menos no es lo que resaltan en titulares los Medios de Comunicación, que consideran más meritorio la casi indigencia del candidato, la casa hipotecada, un coche abollado y con más de diez años, una apariencia física de asceta, traje con brillos, y ningún apego a los bienes efímeros del mundo que son camino inequívoco de corrupción, ¡Vivir para ver!

Para mí tengo que  la  cuestión debería ser la opuesta, es decir: que todo el que se acercara a la actividad política debería gozar previamente de una situación saneada y disponer de un puesto de trabajo digno, al que pudiera volver al terminar su servicio público, lo que evitaría no sólo la tentación sino el  borreguismo político.

Mientras, en el resto de los ciudadanos hay también y generalizadamente una reacción de rebeldía que se resume en la frase; "¿Si estos sinvergüenzas han hecho lo que han hecho, a qué santo tengo yo que pagar impuestos ?", y esto es así porque ya ni les queda la esperanza de que con todos esos controles no les vayan a engañar una vez más, están ahítos de que mientras ellos pasan por un infierno, la mayor fuente de riqueza que se crea con sus diezmos esté ubicada a miles de kilómetros y a nombre de unos pocos aprovechados en lo que se conoce como paraísos fiscales o en los  bolsillos de unos desaprensivos de poca monta.

El panorama general como ven es más que preocupante. Los hombres y mujeres de mi generación vivimos una juventud en la que casi nada estaba permitido. A todos nosotros, en mayor o menor medida, se nos iba creando un sentimiento de culpabilidad por todo. No solo por lo que hacíamos mal, sino por lo que dejábamos de hacer bien. El Espíritu Maligno andaba despendolado por acá y acullá presto a devorarnos entre sus garras y, ante el temor de que esto ocurriera perdimos muchas oportunidades de ser felices, sanamente felices. En unos pocos años aquellos tabúes se enterraron afortunadamente, y al acercarse nuestra madurez nos entregaron con ella un hermoso puñado de libertades a cambio de las muletas, torpes pero muletas al fin y al cabo, en las que nos habíamos apoyado durante tantos años para poder caminar, y de culpables por nada pasamos a ser inocentes de todo, así sin más. 

A la vista de los últimos acontecimientos me pregunto si no será que el cambio fue demasiado brusco; si no desechamos de un plumazo toda una escala de valores sin sustituirlos por nada mejor; si no habremos quemado la paja con el trigo por no habernos esperado a que la cosecha estuviera a punto de madurar; si no habría que meditar seriamente en que el progreso de una sociedad no significa destrucción sino remodelación, reestructuración y cambios sosegados como medios adecuados para conseguir un fin. 

No creo que cualquier tiempo pasado fuera mejor, de lo que sí estoy convencida es de que la libertad ya sea individual o colectiva es un bien que hay que ir conquistando día a día, que su disfrute no es un camino de rosas, porque cualquier abuso que de ella hagamos supondrá una merma de la libertad de los demás, y de que tenemos que ser exquisitamente escrupulosos cada uno de nosotros con nuestros deberes porque ahora todos somos absolutamente responsables de nuestro destino. 

Desprendámonos de una vez de todos aquellos indeseables que nos están amargando la vida. Creemos las leyes adecuadas para que sucesos tan tristes como los que hemos presenciado no puedan volver a producirse. Sólo así lograremos una sociedad de mérito en la que el que ejerce un trabajo digno y honrado -incluidos los políticos- no tenga que sufrir persecución injusta. ni estar permanentemente demostrando que no se ha llevado nada de los demás.

Por Lena Etiel

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